El uso de simulación ha demostrado ser una herramienta clave en la enseñanza quirúrgica, mejorando la adquisición de habilidades técnicas sin poner en riesgo a los pacientes (Okuda et al., 2019). Sin embargo, ¿cómo asegurar que la simulación no reemplace la experiencia clínica real, sino que la complemente de manera efectiva?